Egipto, desde los orígenes de la Historia, ha desarrollado una cultura singular con un extraordinario poder de evocación ante el resto de los pueblos y a lo largo de los siglos. En la Antigüedad, ya los griegos y los latinos consideraron al país del Nilo como un enclave admirable y rico, que motivó a la par tanto su mirada curiosa como un interés material en él. El Decreto de Teodosio (384 d.C.) inició un proceso que, con su integración desde el siglo VII en el Islam, dejó a la vieja civilización faraónica casi aislada de la Europa cristiana y en el olvido; pero la Biblia perdurará su recuerdo, como escenario de acogida de Moisés y el Éxodo hebreo, siendo contemplados sus milenarios restos con la mirada curiosa y fascinada de los viajeros, en su camino a Tierra Santa.
La expedición de Napoleón en 17981799 y la posterior independencia de los turcos volvieron a ofrecer la posibilidad de la observación directa: Egipto se ofrece, desde entonces y hasta hoy, como una construcción forjada desde varios y estimulantes puntos de vista, de enorme magnitud para el imaginario occidental.
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