Intervención 3: Problemas y mejoras en la docencia y en la calidad educativa

Señor Rector, señoras y señores claustrales,

A pesar de ser estudiantes, o precisamente por ello, pocas cosas nos son más cercanas que los problemas en la calidad de la docencia. Sabemos que nos encontramos actualmente en un momento de transición. Pero también es cierto que rara vez en los últimos años en hemos podido decir que la universidad española atravesaba un proceso de placidez o de consolidación normativa. Las reformas se han sucedido una tras otra. Los miembros de esta comunidad universitaria hemos estado pendientes continuamente de éstos incesantes cambios. A veces era un ultimísimo proyecto de modernización que nos dejaba igual de modernos que antes. Otras, un novísimo plan de estudios que venía a trastocar todo, pero que luego nada cambiaba. En ocasiones, lo que tocaba era un necesario cambio en los estatutos de nuestra institución, que sigue en el fondo aferrada a esa tradición decimonónica, tan venerable como superada, que simboliza en lo físico su Paraninfo.

Sin embargo, todos coincidiremos a la hora de afirmar que el proceso de Convergencia Europea ha sido, en su conjunto, el proyecto de reforma universitaria que más profunda y diversamente ha venido a trastocar los pilares y los consensos tácitos sobre los que se sostenía la universidad española. Podemos disentir sobre si éste o aquel cambio ha sido para mejor o para peor. A nosotros, a nuestra candidatura, a los estudiantes progresistas, éste ambicioso proceso de reforma nos recordaba al viejo anhelo de los regeneracionistas, su llamada a europeizar España. Al borde del centenario de la muerte de Joaquín Costa, resonaban con fuerza sus palabras, su llamada a prender fuego, retóricamente, “a la vieja Universidad, fábrica de licenciados y proletarios de levita”, y a edificar sobre ésta “la Facultad moderna, cultivadora seria de la ciencia, despertadora de las energías individuales, promovedora de las invenciones”.

Lamentablemente, el proceso de implantación del Espacio Europeo de Educación Superior no ha sido fácil, ni tampoco puede calificarse como correcto. El causa externa es la falta de presupuesto, de recursos económicos. ¿Qué facultad moderna vamos a edificar, si actuaciones indispensables como la reforma de Filosofía y Letras languidecen año tras año hasta apurar la paciencia de todos? Pero no nos engañemos, existe una causa interna, soterrada, que adquiere tanta o más relevancia a la hora de explicar las enormes deficiencias que venimos observando en la aplicación de los nuevos planes de estudio. Esta causa soterrada es el inmovilismo y la falta de modernidad e innovación en la docencia. Quizá estemos demasiado pegados a lo antiguo, y que repitamos esquemas nocivos por la simple costumbre y por la falta de curiosidad e inventiva.

Así, son muy diversos los fallos que identificamos en la organización de la docencia de nuestra institución. La metodología de las clases ha variado muy poco, y se nota cierta incomodidad entre algunos profesores a la hora de salir del reducido campo pedagógico de la clase magistral tradicional. Los espacios para la docencia no son adecuados, especialmente cuando hablamos del trabajo en seminarios o a la hora de usar portátiles. Son frecuentes los malentendidos a la hora de definir el concepto de evaluación continua: algunos profesores se centran en obligar a los alumnos a asistir a todas y cada una de las clases, en vez de favorecer su trabajo personal y continuo. ¿Debemos entonces asistir a todas las clases, para acabar oyendo la lección de siempre? ¿Cuanto más seguiremos siendo los expectadores mudos de una representación académica formalista?

Las nuevas tecnologías se usan poco y mal en nuestras aulas. Pero sus ventajas a la hora de potenciar la colaboración entre alumnos, y entre éstos y el docente, son claras y manifiestas. Los resultados obtenidos en las encuestas sobre la calidad de la docencia y los estudios sobre las tasas de suspenso tienen un efecto muy limitado, y esto repercute negativamente en la mejora de la calidad de la enseñanza. Los planes de estudio deben revisarse con más frecuencia, arañando mejoras año a año. No es ningún secreto que los criterios de evaluación de muchas asignaturas no se publican antes del período de matrícula, como es obligatorio de acuerdo a la normativa vigente. Algunas asignaturas son impartidas en su titulaciones, especialmente en los campus periféricas son impartidas casi en su totalidad por profesores asociados, lo cual nos sorprende y nos parece poco serio. También es frecuente que algunos departamentos no logren, curso tras curso, proporcionar profesores para todas sus asignatura en septiembre, empezando en ocasiones las clases ya mediado noviembre. ¿Qué calidad esperamos lograr, empezando las clases con meses de retraso? Más aún, existen pocas y limitadas oportunidades para que los estudiantes se inicien en labores de investigación, o para que colaboren con empresas, o para que creen sus propios proyectos dentro de su proceso de aprendizaje.

 No queremos con esta intervención decir que todo se ha hecho mal, antes al contrario. Frente al fracaso que algunos profetizaban, frente a las visiones catastrofistas y casi apocalípticas que se habían difundido, en los últimos años hemos visto numerosas mejoras. El aumento sostenido en el número de becas ha permitido a numerosos estudiantes concentrarse más y mejor en sus estudios. El curso pasado se concedieron 5.332 becas públicas de diverso tipo, con una inversión final de unos 15,8 millones de euros. Muchos estudiantes han podido acceder por fin a estudios de postgrado gracias a la extensión de las becas públicas a esta fase de la enseñanza, a la vez que la mayoría de los masters se han abaratado al convertirse en estudios oficiales. Celebramos también que la participación activa de los estudiantes en la elaboración y evaluación de los nuevos planes de estudios haya sido la tónica general. Y confesamos con satisfacción que vemos día a día como muchos profesores han hecho suya la filosofía innovadora de los nuevos planes de estudios, a pesar de que esto pudiera suponer una labor adicional a la hora de la gestión académica.

Haciendo balance, vemos que la polémica entre Ortega y Unamuno, el debate entre europeizar España o españolizar Europa, carece ya de sentido. Las propuestas de “españolizar” el nuevo sistema europeo, realizando meros cambios superficiales y manteniendo viejos esquemas ya caducos, denotan un pensamiento conservador y cortoplacista. Creemos que ése es el camino erróneo. La universidad española sólo ha avanzado cuando se ha abierto al exterior, a las innovaciones, a la ciencia y a la cultura común de progreso y libertad que compartimos con todos los pueblos de Europa. No podemos cometer otra vez el error histórico de exclamar “¡Que inventen ellos!”.

Concluyendo, creemos que en estos momentos hemos alcanzado un punto intermedio en el proceso de Convergencia Europea, y podemos todavía tanto tener éxito como fracasar. Es cierto que el aumento en los recursos económicos es imprescindible, pero esto depende en buena medida de acuerdos con otras administraciones. Sin embargo, la mejora en el día a día de la docencia depende únicamente de nosotros, los miembros de esta comunidad universitaria, y por lo tanto de nosotros mismos depende en última instancia nuestro triunfo o nuestro fracaso.

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